
De un golpe se abrió la puerta, bajó las escaleras corriendo,temblando, le faltaba aire pero ella continuó su carrera por el pasillo hasta llegar a esas rodillas en las cuales se sentó de un salto. Apoyó su cabeza en su pecho, pum-pum, pum-pum, aquel sonido la apaciguaba y agarrando fuertemente aquel torso se hizo una rosca y quieta pero inquieta se quedó.
Tras varios minutos de silencio, de relajar esa respiración entrecortada, pronunció esa frase, familiar y esperada.
- He vuelto a tener esa pesadilla.
- Lucía te he dicho mil veces que no te atiborres de comida antes de irte a la cama.
- No lo hice, créeme. Es la misma pesadilla de siempre.
Acto seguido su rostro en el que tan sólo hacía unos segundo reflejaba miedo ahora reflejaba tristeza. Apretó sus manos, agachó la cabeza, sus ojos a punto estaban de rebosar cuando sintió esas manos en sus brazos como la agarraron firmemente, la separó unos centímetros de él, los suficiente para que se pudieran ver las caras.
- Mírame y mírame bien y no me oigas, escúchame.
- Estoy y siempre estaré aquí.
Lucía no contestó. Ahora ese rostro triste cambió a uno relajado, confiado y muy despacito desenfundó una pequeña y leve sonrisa. Respiró profundamente y volvió a colocar su oreja en ese pum-pum. Él la rodeó con sus largas y grandes manos, empezó a mecerla hasta que ella se durmió.